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Es
un lenguaje trabajado, pulido con gran esfuerzo, según confesión propia. La
prosa se inclina más a una visión realista, de narración más directa y precisa,
con una objetividad narrativa. Pero esta tendencia objetiva y realista necesita
matizaciones. La primera es la presencia de frecuentes recursos retóricos:
símiles, metáforas, personificaciones, zoomorfizaciones, hipérboles... Rasgos
de estilo como el humor, la parodia, la ironía o el erotismo tienen cabida en
la obra y se plasman en la expresión. Por otro lado, hay un empleo de
diferentes niveles y registros lingüísticos, que van del coloquial colombiano
al nivel de lengua escrita de tipo poético. Está también la alternancia de lo
serio y lo festivo, de la precisión verbal de la crónica narrada y los pasajes
de corte fantástico.
La experimentación en la novela afectó, de
modo particular al lenguaje mismo, con la superposición de estilos o
registros para reflejar la peculiaridad cultural de cada uno de los países
hispanoamericanos y con una densa utilización del lenguaje poético.
En Crónica de una muerte anunciada observamos
junto a frecuentes expresiones propias del habla coloquial en boca de
los personajes (“Que nadie me joda —dijo—. Ni mi papá con sus pelotas
de veterano.”; “No seas pendeja —le dijo— esos no matan a
nadie, y menos a un rico”. “Nada —le contestó Pedro Vicario—. No más
que lo andamos buscando para matarlo”. “… así que yo creí que
estaban mamando gallo”), muy numerosas muestras del registro poético.
Las comparaciones, metáforas e imágenes son abundantes a lo largo de toda la
novela (“El buque se fue con las luces encendidas y dejando un
reguero de valses de pianola, y por un instante quedamos a la deriva
sobre un abismo de incertidumbre, hasta que volvimos a
reconocernos unos a otros y nos hundimos en el manglar de la parranda”).
Es de destacar la tendencia de García
Márquez, no sólo en esta novela, a la expresión hiperbólica, a la
exageración. Todo es desmesurado, algo muy propio del realismo mágico, como
vimos. La boda, los regalos de boda, las bebidas ingeridas, la diarrea de Pablo
Vicario, la tendencia de las casas a inundarse, las dos mil cartas de Ángela
Vicario, la bala blindada que no le sirvió a Santiago Nasar para evitar que lo
mataran.
El recurso a la ironía como modo de
crítica social es también evidente. Esto se hace especialmente visible en el
tratamiento que se da en la novela a los personajes revestidos de alguna
autoridad como el espiritista coronel Lázaro Aponte o al “lírico y primíparo” juez instructor, a los que se ridiculiza de
forma evidente.
Hay pasajes de la
prosa, sobre todo la del narrador, impregnados de musicalidad, de tal forma que
las palabras parecen dispuestas para ser oídas. Pero hay también un laconismo,
una expresividad cortante y sencilla (en diálogos breves) que contrasta con la
fantástica desmesura de la realidad. El humor,
en breves dosis, pone el contrapunto a la objetividad del cronista. El narrador
es el responsable de la dimensión poética del discurso.
De acuerdo con el
marco rural en que se desenvuelve la historia, hay todo un caudal léxico de uso conversacional,
caracterizado por su pertenencia al ámbito de lo real concreto y en
particular a su designación de elementos de la flora, la fauna, los objetos
animados o la comida: mango, pita,
guayaba; plata, vaina, carchaca, ensopar, hacerse bolas, etc.
Es también frecuente
la sufijación apreciativa, típica
del registro familiar hablado -maletita,
tripajo...-, así como los excitantes de atención, vocativos, imperativos,
interrogaciones apelativas o pronombres conversacionales.
Son muy abundantes
los símiles: Santiago fue destazado como un cerdo; el barco apareció...rezongando como un dragón. Las metáforas
suelen tener fundamento objetipo (A de B, B de A): cintura angosta de novillero, una madre de hierro, ojos de leoparda
insomne...
Además de las
personificaciones, cosificaciones y animalizaciones, hay un alto índice de hipérboles, que con su agigantamiento
de la realidad, resultan un eficaz instrumento de desrealización, de visión
distorsionante que actúa como vehículo de lo fantástico: la muerte de Santiago
deja a su madre "un dolor de cabeza
eterno": Nasar era de piel tan delicada “ que no soportaba el ruido del almidón", etc.
También aparecen
algunos ejemplos de símbolo. El más
detectable es la lluvia, símbolo fúnebre
y mortuorio.
A veces recurre a las
enumeraciones, con estructuras paralelas, cuya misión es rellenar la realidad
con exceso, acumular muchos elementos en un mínimo de tiempo. Abundan las construcciones trimembres de estructura
cerrada: las hermanas de Ángela eran maestras en "velar a los enfermos, confortar a los moribundos y amortajar a
los muertos".
Hay en la novela muchas referencias al placer, a la sensualidad.
Las referencias al sexo y al incontenible erotismo de algunos personajes son
reiteradas: Bayardo está "para
embadurnarlo con mantequilla y comérselo vivo"; María Alejandrina
"arrasa con la virginidad de media
generación"; a Ángela la abrasa " el fogaje de su cuerpo en la cama", etc.
Un elemento
desrealizador es el insólito afán de precisar
datos insignificantes e inverosímiles,
que parecen pura invención: el coronel Aponte estudia espiritismo por correo;
Plácida Linero es experta en interpretar sueños, pero hay que contárselos
"en ayunas", etc.
Para García Márquez
hay un profundo parecido entre el mundo de las novelas de caballerías y la realidad
cotidiana en Hispanoamérica. Reducir lo maravilloso al nivel de lo cotidiano
fue el hallazgo del escritor, para quien lo desmesurado forma parte de la
realidad, así como los mitos, las leyendas y las creencias de la gente. Y así, sin limitaciones de la razón, entendiendo que
la realidad no se termina "en el
precio de los tomates", plasmó un mundo muy suyo; un universo abierto
a toda desmesura y poblado de presagios, premoniciones y supersticiones. En
esta novela lo fantástico se presenta instalado en algunos personajes (Plácida
Linero, Luisa Santiaga) y se concreta en todo un entramado de radical creencia
en el cumplimiento de los sueños, en la existencia de un mundo extrasensible,
la telepatía o las supersticiones.
Pese a lo que de
crónica periodística objetiva hay en la novela, pese a su condición de
investigación en un asesinato, la dimensión de lo fantástico asoma por todas
partes y se instala en el mundo cotidiano de los personajes.